Domingo de Ramos. El domingo anterior a su muerte, Jesús inició su viaje a Jerusalén, sabiendo que pronto daría su vida por nuestros pecados. Al acercarse a la aldea de Betfagé, envió a dos de sus discípulos por delante, diciéndoles que buscaran un asno y su pollino sin domar. Los discípulos recibieron instrucciones de desatar los animales y llevarlos hasta él.
Entonces, Jesús se sentó en el joven asno y, lentamente y con humildad, hizo su entrada triunfal en Jerusalén, cumpliendo la antigua profecía de Zacarías 9:9:
Domingo de Ramos
“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene a ti, justo y con salvación, manso y montado en un asno, en un pollino, potro de asno”.
Las multitudes le dieron la bienvenida agitando ramas de palma en el aire y gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Hosanna en las alturas”.
El Domingo de Ramos, Jesús y sus discípulos pasaron la noche en Betania, un pueblo situado a unos tres kilómetros al este de Jerusalén. Allí vivían Lázaro, a quien Jesús había resucitado, y sus dos hermanas, María y Marta. Eran amigas íntimas de Jesús, y probablemente lo hospedaron a él y a sus discípulos durante sus últimos días en Jerusalén.
La entrada triunfal de Jesús se recoge en Mateo 21:1-11, Marcos 11:1-11, Lucas 19:28-44 y Juan 12:12-19.
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