Viene la Navidad, vamos a celebrar

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Navidad. No entiendo la posición de algunos cristianos, ante la batalla cultural que libramos hoy. En su absurda agenda globalista nuestros adversarios se han propuesto borrar todas las identidades, enterrar todas las vivencias y referencias que identifican a determinados grupos. El objetivo es implantar sobre la tabla en blanco de las conciencias de las nuevas generaciones sus ideologías necias y descabelladas. Lo que se busca no es contradecir a Dios, es borrarlo para siempre de la vida y de la historia.

Igual están haciendo muchos cristianos, están borrando la base histórica de su fe con todos los valores y tradiciones que implica el cristianismo. Ignoran mis hermanos que la fe cristiana no podemos vivirla en un vacío cultural e histórico. De ser así, a los gestores del globalismo ateo se les hará mucho más imprimar su cultura y sus ideas las mentes de nuestros hijos.

Ya es notable en muchos cristianos su afán de dejar atrás todo el arte, toda la música, toda tradición valiosa y saludable por motivos que, a la luz de un análisis bíblico, histórico y cultural, difíciles de sostener y que aportan muy poco a la difusión del evangelio y a la promoción del Reino de Dios aquí en la tierra. No podemos ponernos a inventar para echar por la borda con argumentos rudimentarios y flacos ese legado de nuestra identidad y testimonio que el Señor en su misericordia nos ha permitido conservar hasta aquí. La historia de Israel es la historia de fiestas continuas y permanentes sobre la base de ordenanzas e instrucciones bíblicas dadas por Dios mismo.

Por eso la cultura judía es tan rica, como lo es la cultura cristiana de Occidente. Que tiene errores y distorsiones, es cierto, para eso tenemos la luz de las Escrituras para iluminar nuestras prácticas y tradiciones, nuestros recursos culturares e históricos. Incluso, para que el mundo, sobre la base del contenido y la justificación auténtica de nuestras celebraciones, pueda entender lo que Dios hizo en el pasado, está haciendo en el presente y hará en el futuro.

Vamos a valorar el sentido pedagógico y generacional que tenían las fiestas en la vida del pueblo de Israel. Esas fiestas tenían como fin la formación de su patrimonio cultural y religioso, la formación de su identidad como pueblo que conocía a un Dios único y personal que se les había revelado a ellos como nación para encomendarle la misión de que dieran a conocer ese Dios, y muy específicamente después de la encarnación de Cristo, para que el mundo lo conociera, y lo adorara, para que los hombres no anduvieran más en tinieblas y les amaneciera la luz de la vida.

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Las fiestas funcionaban como un elemento catalizador y de coherencia colectiva. Es ahí donde nace el culto que celebramos en la iglesia, que no es otra cosa que la celebración de Dios en su dignidad, en su majestad y grandeza. Es la exaltación suprema de la intervención de Dios en la historia, de su salvación. Nosotros, que tenemos el privilegio de celebrar esos misterios tan grandes, somos los llamados a manifestar que Dios está interesado en la totalidad del hombre.

No olvidemos que todas las fiestas ordenadas por Dios tenían y tienen un motivo testimonial e histórico. No olvidemos que Jesús, aunque lo hizo con sentido crítico y restaurador, fue un fiel asistente a las fiestas de su pueblo. No las ignoró, no le restó importancia. Incluso, participó de unas bodas, y allí hizo su primer milagro, una demostración de que estaba integrado dentro del orden a las celebraciones de su pueblo.

Las fiestas judías que aparecen en el Antiguo Testamento fueron ordenadas por Dios, con el mandato de, y este verbo se repite muchísimas veces en las Escrituras, “Acuérdense”. Celebren estas fiestas para que ni ustedes ni sus hijos olviden que sus padres fueron esclavos en Egipto y un día en la historia Yo Jehová lo liberé con mi diestra poderosa. Díganle eso a sus hijos, cuéntenselo, celébrenlo para que lo que Yo he hecho con ustedes no se olvide.

En las celebraciones hay una construcción pedagógica, un surgimiento de apego y simpatía a lo que se celebra. Los hijos de los liceístas, son liceístas, porque ven la alegría y el gozo de sus padres cuando gana el Licey. Por eso usted los oye vocear ¡Licey campeón! ¡Licey campeón!… Lo mismo pasa con los hijos de los aguiluchos, son aguiluchos porque la simpatía y el fanatismo de sus padres por las Águilas Cibaeñas los contagia, los animas, y usted lo escucha vociferar: ¡Las Águilas, son las Águilas!.

Volviendo a las navidades, si usted como creyente, en esta época no evoca esos símbolos bellísimos que recuerdan el nacimiento de Cristo, si usted no crea un ambiente con la aroma bíblica y los valores sanos de la Navidad, lo van a hacer los hombres con sus fiestas corrompidas y plagadas de vicios y perversidades. Sus hijos no lo van a escuchar a usted decir “feliz Navidad”, pero la gente de la calle, le va a decir “felices fiestas”.

Toda esa iconografía, todos esos arreglos y decoraciones que ambientan la Navidad tienen un valor histórico y pedagógico que contribuye con la difusión de la verdad básica revelada por Dios, y que no daña a nadie. El ambiente navideño en que yo me crie contribuyó para fortalecer mis valores cristianos. Siempre añoro y conservo esa ternura infantil en la que fue formado el carácter que poseo hoy.

La Palabra de Dios dice que todo ese gran ceremonial judío era sombra de lo que habría de venir con la encarnación de Jesucristo. Señores, vamos a celebrar, vamos celebrar el nacimiento de Jesús. El hermano del Hijo Pródigo no pudo celebrar en esa gran fiesta familiar de reconciliación y amor fraternal porque no entendió el motivo de la fiesta. Como cristianos tenemos que celebrar, tenemos entender el motivo de esta fiesta y celebrarla como se celebró también en el cielo en el momento histórico y sin igual cuando Dios en Jesucristo se hizo hombre y nació para toda la humanidad en un humilde pesebre.

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